
Hace un par de días me he encontrado que, terminada la campaña estival, se estaba llevando a cabo la limpieza mecánica de un arenal urbano, el de Sada (A Coruña) en el que está previsto, desde hace más dos décadas, realizar una actuación de regeneración consistente, básicamente, en la aportación de arena.
Me llamó la atención la coincidencia de esos trabajos con la publicación de un artículo en el que se explica que para evitar la pérdida de arena en las playas de Dénia (Alicante) se estaba procediendo a crear diques de Posidonia – enlace a la noticia aquí -tras haber comprobado que esa actuación realizada en 2016 había permitido recuperar un 20% de superficie de playa seca.
La playa de Sada es desde hace décadas motivo de debate, social, político, científico y pseudocientífico. La cantidad de lodo que acumula, la pérdida de arena, la falta de calidad de las aguas, la desaparición de la actividad marisquera, la existencia de una de las mayores praderas de Zostera … son argumentos que se repiten periódicamente tratando de explicar la necesidad o no de regenerar dicho espacio.
No me planteo, en esta entrada, valorar el impacto negativo que hayan podido tener actuaciones sumamente agresivas con el medio como la ampliación del puerto deportivo, la extensión del dique de abrigo del puerto pesquero o la construcción de un magnífico paseo marítimo que se ha hecho ganándole el terreno al mar. Tampoco el impacto de la presión urbanística iniciada en los años 60 del siglo XX y que ha sido excesivamente intensa hasta hace bien pocos años. Tampoco, y daría mucho que hablar, la dinámica propia de un arenal que por suerte o por desgracia, se encuentra en donde está.
El análisis de estos aspectos y de otros, como la canalización y consecuente pérdida de capacidad de arrastre del río que desemboca en el arenal, los dejo para otra u otras entradas.
Lo que propongo es reflexionar sobre la necesidad y el impacto de recoger las arribazones de algas y plantas marinas de los arenales.
He recordado la existencia, entre las escasas publicaciones sobre el asunto, de una interesante «Guía de buenas prácticas para la gestión, recogida y tratamiento de las arribazones de algas y plantas marinas en las costas», y de ella, he creído oportuno extractar brevemente unas ideas, puesto que sus 24 páginas son de fácil, amena y rápida lectura.
Una de las conclusiones a las que llegan los autores, es que la principal razón para la recogida de los arribazones en las playas urbanas es estética, debido a que el concepto natural de playa no se asocia a los arenales urbanos en los que la acción humana ha sido intensa.
La zona costera es un espacio recreativo y atractivo para el de uso público, pero como medio vivo, debe gestionarse atendiendo además de a las demandas del visitante, al mantenimiento de la biodiversidad, por eso es importante transmitir a los usuarios de los arenales que la acumulación de restos vegetales y algas en las playas es una parte del proceso natural de la dinámica costera y su extracción debiera limitarse únicamente a razones de salubridad o cuando supongan un claro perjuicio para los usuarios de las playas.
Las algas marinas y los restos vegetales constituyen un componente natural del ecosistema marino, por eso, mantener en su lugar las arribazones es, desde el punto de vista ecológico, la mejor opción.
Un dato: la extracción de 1000 m3 de arribazones implica la pérdida de entre 19 y 44 m3 de sedimentos, ¡de arena! y no tienen por qué pasar muchos años para que se produzca un “desequilibrio sustancial” en el balance de sedimentos del arenal.