
Hace ya un siglo que el dadaísmo (Zürich, 1916) se burlaba del arte burgués rebelándose contra los convencionalismos literarios y artísticos. Surgió como una especie de antiarte, como una provocación abierta al orden establecido.
En 1917, en la línea de esa corriente artística, Marcel Duchamp expuso en el Museo de Nueva York su obra “La Fuente”. Duchamp, compró un urinario standard, lo reorientó a una posición de 90º desde su posición de uso, firmó “la obra” como R. Mutt 1917 y lo envió a la exposición.
Era una actitud de provocación, una manera de mostrar la rebeldía que pretendían las vanguardias artísticas del s.XX.
Los objetos cotidianos convertidos en Arte a través del object trouvé.
La decisión era del artista, él era el encargado de establecer el contexto adecuado para la exposición de la pieza.
Mientras leía en La Voz de Galicia el artículo de Marta Gómez sobre los “feísmos y los bonitismos” y las «chapuzas gallegas» me acordé de Duchamp y de su urinario, y pensé que tal vez eso que muchos llaman “feísmo” no es otra cosa que una rebelión contra el orden establecido, una apuesta ya asentada por esa “novedosa” economía circular por la que muchos apostamos, una reinterpretación, en el uso, de los objetos cotidianos fuera de su contexto habitual.

Posiblemente, esos artistas anónimos, no encuentren descontextualizadas sus obras, porque cuando las adaptaron, lo hicieron para un contexto determinado que seguro que no sabemos interpretar.
Salvando las distancias y la intención, podría decirse que es lo mismo que le pasó a Duchamp hace casi 100 años cuando los miembros de la junta de la exposición del Museo de Nueva York, tras un largo debate, decidieron que la pieza no era arte y la retiraron de la exposición.
Ahora, sólo nos queda la foto y muchas réplicas.

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